Tras la invasión rusa de Ucrania, la Unión Europea se ha comprometido a eliminar su dependencia de los combustibles fósiles rusos. Para ello, será necesario un esfuerzo político sostenido en múltiples sectores.

La UE quiere diversificar sus suministros de gas y acelerar la introducción de las energías renovables. La reducción del consumo de energía y la mejora de la eficiencia energética también serán importantes, dada la escasez de suministro y las actuales limitaciones de las infraestructuras energéticas. Aunque el plan puede acelerar la transición energética limpia y luchar contra la crisis climática, no es una tarea fácil.

Es aún más difícil si se tiene en cuenta la lucha contra la elevada inflación causada por los cuellos de botella de la reapertura de las economías.

La guerra está agravando las presiones inflacionistas, perturbando la producción y el comercio de varios productos básicos, particularmente la energía, los fertilizantes y los cereales, de los que Rusia y Ucrania son exportadores clave. Los precios de los alimentos y de la energía han subido bruscamente con la invasión de Ucrania y se han mantenido elevados desde entonces, empujando a la economía mundial hacia un mundo más estanflacionario.

¿Puede Europa alcanzar su objetivo de neutralidad climática, garantizar la asequibilidad de la energía y la seguridad del suministro energético, todo ello mientras se desvincula de la energía rusa y lucha contra la elevada inflación?

El aumento de los precios de los combustibles fósiles es fundamental para reducir el consumo de energía con alto contenido de carbono e incentivar la transición a cero. Ese es el papel que desempeña la tarificación del carbono.

Por un lado, la guerra y las subsiguientes sanciones energéticas contra Rusia podrían acelerar esa dirección. Por otro lado, el aumento de los precios del gas podría amenazar la asequibilidad de la energía, favoreciendo la vuelta del carbón. Los gobiernos se esfuerzan por garantizar un suministro estable de energía para los hogares y las empresas europeas. Aunque estas medidas son necesarias para mitigar el impacto de la subida de los precios del gas, podrían poner en peligro la senda de las bajas emisiones de la UE a corto plazo.

La primera prueba clave es que las emisiones del sector eléctrico de la UE han aumentado considerablemente desde el inicio de la invasión, lo que indica que se ha producido un retorno parcial al carbón como fuente de electricidad (gráfico 1). En marzo, las emisiones del sector eléctrico de la UE ya habían aumentado más de un 20% interanual. Es probable que las emisiones sigan aumentando a lo largo de 2022, ya que Rusia está reduciendo la capacidad del gasoducto Nord Stream 1, uno de los principales conductos del gas ruso hacia Europa.

En medio de la preocupación por nuevos recortes en el suministro de gas antes del invierno, Alemania y Austria han anunciado recientemente que están planeando reabrir plantas de carbón paralizadas para la generación de electricidad. Una reducción repentina de las exportaciones energéticas rusas podría ser muy perjudicial para los países europeos. La OCDE ha calculado que una disminución del 20% de los inputs de producción energéticos importados puede reducir la producción bruta europea en más de un punto porcentual, con grandes diferencias entre países. Lituania y Grecia serían los más afectados, con una reducción del PIB superior al 2%, mientras que Francia, Dinamarca e Irlanda serían los menos expuestos, con un impacto en el crecimiento inferior al 0,7%.

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Europa también está intentando depender menos del gas ruso, tratando de importar más de Noruega y Argelia. También está ampliando la capacidad de importación de gas natural licuado (GNL) de Estados Unidos y Oriente Medio.

Europa acelera los planes de transición a medio plazo

La segunda evidencia clave es que los gobiernos están proporcionando medidas para proteger a los hogares vulnerables del aumento de los precios de la energía a través de subsidios, eliminando los recargos o limitando los precios de la electricidad.

Entre los países europeos, Alemania ha sido el más generoso, apoyando a los hogares y a las empresas con 43.000 millones de euros desde septiembre de 2021, seguido de Italia (37.000 millones) y Francia (35.000 millones). Subvencionar el consumo de energía es importante para ayudar a los consumidores con la crisis del coste de la vida a corto plazo. Pero puede tener algunos inconvenientes, al incentivar indirectamente el uso de la energía de los combustibles fósiles y hacer que el cambio necesario de las tecnologías sucias a las más limpias sea aún más caro a largo plazo. 

Aunque esto podría ir en contra de los planes de neutralidad climática de Europa, hay indicios de que el continente está tomando medidas para acelerar la producción de energías renovables a medio plazo. La UE tiene previsto duplicar su capacidad solar fotovoltaica de aquí a 2025 y duplicar el ritmo de implantación de las bombas de calor. En concreto, la Comisión Europea (CE) propone que se exija el uso de energía solar en los tejados de los edificios comerciales y públicos a partir de 2027, y en los nuevos edificios residenciales a partir de 2029. En un intento de reducir las emisiones del sector del transporte, la UE también ha votado una prohibición de la venta de nuevos coches de gasolina y diésel a partir de 2035 para acelerar el cambio a los vehículos eléctricos.

La inflación energética será el principal reto

Un estudio de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) destaca que las tecnologías de energías limpias, como los aerogeneradores, los paneles solares y los vehículos eléctricos, requieren muchos más recursos minerales que la energía procedente de los combustibles fósiles.

Los gráficos 2 y 3 muestran que una planta eólica requiere unas 13 veces más recursos minerales que una planta de gas y un vehículo eléctrico requiere seis veces más recursos minerales que un coche convencional. Esto significa que habrá un aumento de la demanda de minerales y metales durante la transición.

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La Universidad Católica de Lovaina en Bélgica, ha calculado la demanda adicional de transición energética de determinados metales en Europa. La demanda de cobre aumentará un 35% respecto a lo que el continente ya utiliza actualmente, mientras que el consumo de silicio, níquel y cobalto aumentará un 45%, 110% y 350% respectivamente. La demanda de litio será 35 veces mayor, según la investigación. El estudio estima que este aumento de la demanda sólo se debilitará después de 2040, cuando haya más metales disponibles a través del reciclaje de vehículos desechados y otros equipos, como las turbinas eólicas.

Esto se debe a que los metales tienen propiedades físicas permanentes, por lo que pueden reutilizarse (en clara oposición a los combustibles fósiles), de modo que en 2050 los mercados secundarios serán la principal fuente de suministro de los metales necesarios. Hasta entonces, es probable que Europa sea testigo de graves interrupciones y cuellos de botella, dada la estrechez de la oferta mundial y su dependencia de las importaciones para muchos de estos materiales clave. El FMI comparó la demanda y la oferta de metales previstas para los próximos 30 años, suponiendo que se cumpla el escenario de la AIE de emisiones netas cero.

Se encontró una escasez de oferta de más del 50% para el grafito, el cobalto, el níquel y el litio. Este desequilibrio entre la oferta y la demanda presionará al alza los precios de estos metales clave y, por tanto, la inflación energética, manteniendo la preocupación por la asequibilidad de la energía.

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La elevada dependencia europea de las importaciones de estos materiales clave también seguirá pesando en la dependencia de su suministro energético de la dinámica del comercio internacional. Esto significa que el continente seguirá siendo vulnerable a las fuentes de riesgo geopolítico durante las próximas décadas.

Esto podría verse agravado por el hecho de que las cadenas de suministro de las materias primas necesarias en la transición están más concentradas geográficamente que la del petróleo o el gas natural.

El gráfico 5 muestra la cuota de los tres principales países productores en la extracción de minerales y combustibles fósiles clave, destacando que la producción mundial de litio, cobalto y elementos de tierras raras (escandio, itrio…) está controlada por unos pocos países. En particular, la República Democrática del Congo es responsable de alrededor del 70% del suministro mundial de cobalto, un metal clave para las baterías de los coches eléctricos. Por su parte, China representa el 60% de la producción mundial de elementos de tierras raras.

China también domina la producción de grafito, otro componente fundamental de las baterías. Por último, las tensiones entre Europa y Rusia podrían poner en peligro aún más la transición, ya que Rusia es un importante productor de níquel y cobalto. Concretamente, Rusia es un gran proveedor de materias primas para la UE, ya que representa el 17% de las importaciones europeas de aluminio y níquel, el 7% de cobre y el 5% de cobalto y níquel.

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Las tensiones geopolíticas entre Rusia y Europa tienen importantes implicaciones para los objetivos de neutralidad climática de Europa. A corto plazo, parece que Europa tendrá que aumentar sus emisiones de carbono para seguir suministrando energía asequible a sus consumidores y empresas.

Al mismo tiempo, el objetivo de neutralidad climática para Europa parece todavía alcanzable, ya que se están tomando medidas para acelerar el despliegue de energías renovables y tecnologías limpias. Hay algunos retos importantes por delante, ya que la escasez de suministro de materias primas clave podría debilitar la capacidad de la UE para alcanzar sus objetivos ecológicos.

Sin embargo, una vez que el continente haya construido toda la infraestructura necesaria para producir energía solar y eólica, será finalmente independiente energéticamente, disfrutando de fuentes de energía infinitas y sin restricciones.