Los inversores del sector tecnológico recordarán 2022 como el año del gran declive. Después de un largo periodo de crecimiento y de que los beneficios de las empresas superasen sistemáticamente las estimaciones, ése fue el ejercicio en el que se han ralentizado estas dos variables, tanto el crecimiento como los beneficios.

En el futuro, los márgenes y la rentabilidad serán mucho más importantes, lo que supone un problema para algunas de las compañías en fase inicial de crecimiento con una mentalidad de "crecimiento a toda costa". En la actualidad, las expectativas de ingresos para 2023 no están claras, y los inversores pueden dudar a la hora de volver a tomar posiciones hasta que las estimaciones de crecimiento estén más definidas.

Está claro que muchas empresas crecieron demasiado rápido durante la época de bonanza y ahora han tenido que hacer importantes reducciones de plantilla. Las firmas que operan en el sector empresarial están resistiendo mejor que las que están expuestas al consumo, ya que se trata de una tecnología que apuesta por la "transformación digital", en contraposición a los modelos impulsados por el consumo y la publicidad. A la ciberseguridad en general le está yendo mucho mejor, dado que se trata de tecnología crítica.

El panorama podría seguir siendo inestable hasta que se aclaren las expectativas para 2023. Los fundamentales se han ralentizado, pero las valoraciones siguen siendo atractivas. Es posible que los inversores sigan obteniendo un mejor crecimiento de la tecnología que de muchas otras áreas del mercado y, a largo plazo, los vientos de cola estructurales permanecen intactos. Esto es así porque las compañías de cualquier tamaño y de cualquier sector siguen necesitando "digitalizar" sus negocios y utilizar más software. No cabe duda de que esta tendencia no va a desaparecer.