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Mientras que la inflación está obligando a buena parte del mundo a subir los tipos de  interés de referencia, China está moviéndose a otro ritmo y tiene margen para seguir  aplicando estímulos. El Banco Popular de China sorprendió al mercado recortando los tipos de interés por tercera vez este año a finales de agosto ante la  desaceleración continua del crecimiento por el parón inmobiliario, la debilidad del consumo y los confinamientos por el COVID. El deterioro de las exportaciones debido a  la caída de la demanda externa también pesó en las perspectivas económicas.  

Reactivar el crecimiento se ha convertido en una cuestión de la máxima prioridad y las  autoridades monetarias chinas, a diferencia de sus homólogas estadounidenses y  europeas, cuentan con la enorme ventaja de que la inflación interna se mantiene por debajo del 3%. En el segundo trimestre, el tipo del bono chino de referencia a diez  años se situó por debajo de su homólogo estadounidense por primera vez en más de  una década. Desde que se produjo este cruce de trayectorias, la diferencia de los rendimientos se ha ampliado hasta más de 60 puntos básicos. A primera vista, este  hecho parece que merma el atractivo relativo del mercado interno de deuda pública china para los inversores internacionales, aunque la situación admite más matices cuando se tienen en cuenta los rendimientos reales después de la inflación y se comparan con la coyuntura macroeconómica general.

En este sentido, vemos una alta probabilidad de nuevos recortes de los tipos de interés  en China a corto plazo, lo que sostendría el mercado interno de bonos chinos, pero  también tiraría aún más a la baja del yuan frente al dólar. Las medidas de relajación  monetaria que se han tomado en China en lo que llevamos de año no han hecho mucho  por estimular el crédito a las empresas o reactivar la actividad económica, lo que  refuerza los argumentos para decretar más medidas y más contundentes. No obstante,  no esperamos ver nada similar al abrumador grado de intervención monetaria o  presupuestaria que los grandes países desarrollados aplicaron tras las  desaceleraciones económicas inducidas por el COVID. 

Las economías de EE.UU. y Europa se encuentran en una trayectoria muy diferente a  la de China. El fuerte encarecimiento de la energía, el aumento de los costes laborales  y los grandes estímulos a causa del coronavirus han sobrecalentado la economía  estadounidense y la invasión rusa de Ucrania ha colocado la inflación europea en  máximos históricos. Las tasas de inflación de EE.UU. y la zona euro fueron del 8,5% y  el 8,9% en julio, respectivamente, mientras que el IPC de China fue de tan solo el 2,7%  en el mismo mes. Los nuevos datos anunciados la semana del 12 de septiembre  mostraron que la inflación volvió a superar las estimaciones en EE.UU. en agosto, lo  que tiñó de rojo los mercados. 

El ciclo de recortes de tipos de China y las pobres perspectivas económicas podrían  traer nuevas caídas de la moneda china frente al billete verde. Con todo, las salidas de  capitales no parecen preocupar en exceso al banco central de China debido a los  controles que aplica a los flujos transfronterizos, sostenidos por los 3 billones de dólares  en reservas de divisas que acumula el país. 

A largo plazo, consideramos que las tendencias demográficas podrían elevar la presión  sobre el tipo de interés neutral de China durante las próximas décadas a medida que  envejezca la población. Esta dinámica generalmente se traduce en una caída de la  productividad, menores rentabilidades sobre el capital y, por lo tanto, tipos más bajos.  Este hecho sugiere que la divergencia de los tipos de los bonos tiene margen para  ampliarse aún más a muy largo plazo. A corto plazo, sin embargo, todas las miradas  están en los próximos movimientos de los tipos y la dirección de estos no puede ser más  clara.